lunes, 4 de enero de 2010

QUIÉN HIZO ESTA PINTADA

Había sido un gigante. Mediría más de dos metros y pico, por lo menos. Tanto, que coleccionaría coscorrones por pasar debajo de las puertas. Seguramente llevaría ya mucho tiempo cavilando en cómo poder llamar la atención de María. Y se habría decidido por comprar un par de botes de spray de color negro, por si con uno no tenía bastante. Se enfangaría las botas, se pondría de puntillas y escribiría su nombre con su mejor letra. Luego, con los brazos cruzados y apoyado en la estructura de la valla, otearía el horizonte y esperaría a que ella pasara con el coche, como hacía cada día cuando acababa la jornada, porque ese cartel estaba a la entrada del pueblo y a la vista de todos. Los minutos transcurrirían con angustia. Pero, según lo previsto, ella aparecería conduciendo a velocidad moderada su Ford Fiesta y, al verlo plantado en el arcén y reconocerlo, se preguntaría: "¿qué hace éste aquí?". Al instante, levantaría la mirada y leería las grandes letras, "María, te quiero", y el corazón le latiría con fuerza, y daría un frenazo en seco. Entonces, el gigante saldría corriendo (estilo Romay) hacia la carretera, qué poquito había faltado para que el Fiesta se estampara contra la señal de "peligro, animales sueltos", y abriría la puerta del coche, y ella tendría la vista borrosa por las lágrimas de felicidad. Él , sacándola con delicadeza, la levantaría hasta el cielo como quien levanta una pluma, y ella, presa del vértigo, le diría: "Yo también, tonto, yo también..."








No queda tan literario; pero en realidad no fue un gigante, sino un pintor de fachadas más bien bajito, con las manos agrietadas y la cara salpicada de pintura. No fue premeditado, sino "aquí te pillo aquí te mato". Aquel día no le habían pagado el blanqueado de la valla, con la excusa de que su cliente tampoco había cobrado a su vez. Pedazo de cabrón..., ¡se iba a enterar!. Descargó de la furgoneta la escalera extensible, cogió un poco de pintura negra y se encaramó al cartel. Se hizo para atrás para contemplar cómo le había quedado la obra de arte, y con el codo, bote y pincel fueron al suelo. Cuando intentó recogerlos al vuelo, perdió el equilibrio, quiso agarrarse al travesaño, y ¡¡broooooom!!, también fue él mismo abajo como un saco. Ay, ay, ay, ostia-puta-coño, qué daño, menuda leche, se hizo un señor esguince en el pie izquierdo. Y ya para entonces, el coche de la policía local se había detenido y el municipal avanzaba ensuciándose las botas hacia él con el libro de recetas abierto: había pillado in fraganti a un "grafitero"... A todo esto, "la María" se acercaba con su Derbi destartalada, y se topaba con la escena. Leyó el letrero, "yo alucino...", y sin detenerse sorteó los dos vehículos (furgoneta y poli), y le dio gas a la moto renqueante, al tiempo que exclamaba levantando un dedo particular: "¡Que te den...!". Definitivamente, queda menos literario.

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