Era de noche. El cronista conducía despacio. Al llegar a la rotonda apareció la silueta oscura del guardia civil esgrimiendo con la mano derecha, cual espada "jedi" o polo de limón gigante, una enorme linterna amarilla. El agente hizo indicaciones para que arrimara el vehículo al arcén. El vehículo frenó, mientras el corazón del conductor aceleraba bruscamente. Era imposible negar la evidencia. Menuda pillada. Menuda mala suerte. El móvil en la mano izquierda ¿Cuántos puntos le iban a caer? ¿Cuántos euros? ¿Qué les iba a decir? En ocasiones, la verdad es inverosímil. Aún tenía grabadas en la retina las lágrimas de la risa del cabrón que le puso pegamento de contacto en la carcasa del teléfono mientras repetía: "Era una broma, era una broma...".
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