miércoles, 23 de agosto de 2017

El animal que llevo dentro





I
Prefiero pensar que este silencio que se produce cuando cruzo la cortinilla del bar la Bamba es más por respeto que por temor. Desde la calle escuchaba las voces de Feliciano tirando la ficha en la mesa de mármol, “¡toma, toma, toma: cuatro doble, requiescat in pace!”, y al volverse hacia mí y verme, todos han bajado el tono. Como si llevaran rezando en voz baja un buen rato, igual. Miro a izquierdas, a derechas, sin mover la cabeza ni pestañear. En un vistazo ya he fichado a la concurrencia. Son los habituales, menos el de la ventana. A ése no lo conozco. “Buenasss”. Avanzo hacia la barra. Olor a fritanga y a embutido. Ahí está Luis que, con un gesto mío, ya sabe a por lo que vengo. Ya rueda la válvula del vapor, ya llena la taza, ya pone la bolsita con el té rojo. Y cuando esté lista, esperará un par de minutos antes de echar un chorrito de leche… y, para rematar, la propina. Mientras, compruebo que el inoxidable de la barra está limpio, dejo ahí la gorra, despliego Las Verdades, a ver qué de bueno nos cuentan hoy. Todo calamidades, para variar. Luis me acerca la taza, “aquí tiene, don Alfredo”, con dos sobres filosóficos de azúcar. Eso, y dos madalenas, que aquí las hacen muy buenas. Aún espero un poco más, para no quemarme el bigote.  Cada vez me pesan más las piernas. Cada vez me abulta más la tripa. Pocas ganas tengo de volver a salir fuera, con la rasca que cae. Sorbo despacio. Termino el periódico, hasta la contraportada. “Cóbrate cuando puedas”. Dejo las monedas y salgo. “Hasta luego”. Apenas se ha cerrado la puerta acristalada, la de la cortinilla de canutillo, aún no he subido al coche patrulla, cuando vuelvo a escuchar: “¡Cabrón, hijoputa! ¿tú por qué no has tirado el doble cuando has podido?”.  No lo he probado nunca, pero estoy seguro que si entro de nuevo, otra vez se apaciguará el guirigay. Lo dicho; prefiero pensar que es más por respeto que por temor esta quietud que me envuelve por donde paso. 

II
Hoy no estoy de humor. Me acaban de proponer que me traslade a Mardebé. Yo qué coño pinto allí. Me he quedado de piedra, aquí en Gorroperdido está mi sitio; mi gente, mi todo. Me ha faltado un tris para enviarlos a tomar por culo. A tomar por culo. La puerta del bar la Bamba está atrancada, por eso le he dado un empellón que casi la arranco con cortina y todo, no por otra cosa. Ya estamos igual que siempre. Todos callados como en un velatorio. Se enrojecen las venas de mis ojos. Miro hacia un lado, hacia otro. Quien más quien menos se encoge al sentirse observado. Algo malo habrán hecho, digo yo. Ése de ahí ya estaba aquí el otro día. La partida aún no ha empezado. Canaleta tiene el mando de la tele y va buscando, no sé qué va buscando. Voy a dejar caer la gorra sobre el inoxidable pulido cuando…. Eeppppp, que no está limpio, que está pringoso de aceite. Me quedo pues con la gorra en la mano. Espero. Aparece desde la cocina Prieto. “¿Es que no está Luis?”. “No, Luis ya no trabaja aquí…”. Ostras, eso sí que me sabe mal. “¿Qué va a ser?”. Mecagüen todo, ahora me toca explicar toda la parafernalia. Lo del té rojo. Lo de los dos minutos antes de echar un chorrito de leche. Este Prieto es muy jefe, pero no se entera. No le sale igual.  “Eh, eh, que falta lo de la propina”. No está en los detalles. “¿Qué propina?”. Este tío parece tonto. Hasta los que juegan al dominó que se miran entre sí al borde del descojono saben lo de la propina. “Eh, eh… Y las dos madalenas”. En lugar de cogerlas con las pinzas, las manosea con sus dedos  amorcillados y… Bueno, para qué me voy a ofuscar más. Por lo que me queda de estar aquí… Las madalenas, después de pasar por las manos ésas, ni las toco. Bebo la taza y noto que no estaba limpia en el fondo. Puaggg. Busco el periódico y resulta que éste es de ayer; el de hoy no lo tienen aún. “Cóbrate cuando puedas”, le digo. ¿Sesenta y cinco? Me pide veinte pesetas más de lo normal. Joder. “Vas a perder negocio sin Luis trabajando aquí”, le anuncio. Me quedo empuñando la manivela de cuajo al tratar de abrir. Se la enseño al de la Bamba. “… oye, Prieeeto, aprieeeta bien esos tornillos y pon un poco de tres en uno…”. Menos mal que me trasladan a Mardebé, porque si tengo que seguir viniendo a La Bamba a desayunar, sin Luis, agarro una úlcera en cuatro días. 

III
Un último paseo por estas calles. Una bocanada de este aire frío y limpio que dentro de unos días me faltará. Joder, no tengo que hacer un drama de esto. Pero no entiendo por qué se me humedecen los ojos. Nunca he sido un sentimental. Bueno, bueno, y aunque sea de visita, a pasar unos días yo, aquí, he de volver. Conste. La puerta de la Iglesia. La vieja escuela. Las murallas. Oigo pasos. Parece que me va a venir de cara un soldado de armadura. “¡Hombre, Luis!”. Se me hace muy raro encontrarlo vestido de calle, sin su chaleco negro de camarero, tan pequeñín, tan redondete. “…buenas tardes, don Alfredo… así, de paisano no lo había reconocido…”. “…cómo se te echa de menos en La Bamba… ¿qué haces ahora?”. El menudo Luis tartamudea, sin mirarme a la cara, agachando la cabeza. “…hago lo que he querido hacer siempre… no sé si usted sabe… que a mí me encantan los animales… son mi vida… y, ahora que he tenido oportunidad… pues es lo que he hecho: abrir una tienda de animales… enfrente del estanco”. Asiento. En el estanco compro el tabaco de liar, pero no me he fijado. “…espero que te vaya muy bien, que triunfes…”.  Me despido con un apretón de mano, y prosigo mi ronda hacia los lavaderos. Joder, no sé qué me ha entrado en el puto ojo. Quien me vea ahora pensará que estoy llorando.
(….)
(….)
(…)

XXI
Al abrir, me tiembla la mano, oye. Es que son tres años. Que dije que vendría pronto, y un día por otro…  Tintinea la cortinilla. Voces en La Bamba. Para la bailar la bamba… se necesita una poca de gracia y arriba y arriba… Y me sonrío. Porque al entrar yo hoy, el tumulto no disminuye. Todos miran para ver quién es el forastero que entra, eso sí. Y yo, de un vistazo, vuelvo a radiografiar a toda la concurrencia, que no es mucha. Todos un poco más cascados, por supuesto. “¡Cierro a pitos, y todas esas fichas para contar!”. “¡Joputa, nos has pillado en bragas!”. Lo que es tener o no tener un uniforme. Al mirar al frente, mecagüen la leche, qué alegría, es Luis con su chaleco. Con éste no hacen falta palabras, ni treinta minutos de explicaciones de lo que quiero. Un gesto, y ya está dándole a la ruedecita. Bien, bien, bien. Gorroperdido, cuánta falta me hacías. “…¿pero tú, qué haces aquí,  Luis? ¿no tenías una tienda de animales?”. Mientras me tiende las dos madalenas, me contesta: “sí, sí… aún la tengo… pero soy tan bueno, me encariño tanto con algunos animalillos que no tengo bis comercial… y en vez de ganar dinero, lo pierdo… eso es lo que me pasa, que he tenido que volver para poder ir tirando… pero la tienda aún la tengo, voy por las tardes...”.   “Ay Luis, ay Luis…. “. “Usted, don Alfredo, qué, ¿de visita? ¿a recordar viejos tiempos?”. Ni viejos, ni nuevos. Son los mismos. Le digo que me acerque su oreja. En él confío y se lo cuento en un susurro: “…en realidad vengo por trabajo… a echar una mano en el misterioso caso de las personas desaparecidas”. Con la boca llena, las madalenas remojadas en el té se deshacen. Gloria pura, pura gloria. 

XXII
Un caso de una persona que desaparece sin dejar rastro puede pasar en cualquier parte. Como la verdulera del mercado, la que no sabía estar callada. Pero tres, en tres meses, y todos en Gorroperdido. Eso ya no es casualidad. Y la gente está de los nervios. Y recelan unos de otros. Y se temen que, tal y como están las cosas, el asunto trascienda. Y que los turistas que vienen aquí cojan miedo. El último que se fue sin dejar rastro es precisamente un veraneante. Y el anterior, el de la inmobiliaria. Cuando me enteré en el departamento del tema, di un carraspeo y un paso adelante. “Alfredo, ¿tú no estabas antes en Gorroperdido?”. Coño, creía que ya no me lo iban a decir. Nada de lo que pasa o pase aquí se me escapa. Anda, han rehabilitado esa fachada. Ya le hacía falta. Con tacto, Alfredo, con tacto. Yo llevo muchísimo tacto, pero en mi segundo día aquí; al entrar en La Bamba a por mis madalenas, todo el mundo ha bajado la voz en seco por el respeto, seguro que es por el respeto. 

XXIII
Clinc, clinc, clinc, clinc. Campanillas han sonado en cuanto he franqueado la puerta de la tienda de animales. Yo he venido a por tabaco. Y al mirar enfrente del estanco, “Animaleeeeees”, me he dicho, “mira, la tienda de Luis”. Y es que le vengo dando vueltas al tema. Que mi sobrinita se ha emperrado en un perrito. Y yo, que no, que no, que tu madre no quiere. Y mi hermana, buenas es. Que si aparezco con un perrito, al instante nos lo comemos caliente. Pero es que… a lo mejor Luis tiene algo. A lo mejor Luis tiene algo y me lo deja así, bien de precio.  Y que sea lo que Dios quiera. Cuando lo vea aparecer  mi sobrina lo va a coger, y mi hermana no va a tener fuerza de tirarnos al perro, a mi sobrina y a mí; a los tres a la vez. El guirigay es tremendo. No le hace falta alarma a Luis en esta tienda, no. GUUAAU. CRIRRRRR. Ensordecedor. Los bichos de aquí no me tienen respeto como los de La Bamba. “Voyyy”, escucho decir a Luis. Tengo la boca abierta. Joder, tiene aquí un zoológico el amigo..  “¡Don Alfredo! ¿En qué le puedo ayudar?”. Estoy alucinando. Me encaro con la cotorra metida en su jaula. ¿Habla? “…cotorrea sin parar…”. Je, je. Pedazo de acuario… menudo bicho ahí dentro… “...cuidado, no meta el dedo, que es una piraña…”. Ya iba yo directo, ya. La de chistes que se pueden hacer con eso… Reparo en el roedor que da vueltas y vueltas en torno a una rueda.. “…pero Luis, ¿tú no tienes animalitos normales? Yo venía con la idea de un perrito…”. Luis se ha quedado quieto. Me mira fijamente. “Luis, ¿Te pasa algo? “. Al principio no responde. “¿Te pasa algo?”. Luego me contesta con una sonrisa maliciosa: “A mí no, a usted sí”. 

XXIV
A través de la rejilla del camarín, Luis introduce una tacita de té con leche y las dos madalenas. “Tómesela despacio, don Alfredo”. Gruño. Intento morderle. Pero el cabrón es más rápido. Me jode, con lo avispado que siempre he sido, con la experiencia que tengo, no haberme dado cuenta antes. Eso me jode. No pasa nada. En cuanto noten que yo también soy uno de los desaparecidos, van a venir mis compañeros cagando leches y nos van a rescatar. A todos. Miro la cotorra, miro la piraña, miro al hamster. Veo a la verdulera. Al inmobiliario. Al veraneante. Ahora los entiendo, coño. Me jode que alguien a quien aprecio mucho no sea quien yo creía que era. Cómo me la ha pegado este tío. Eso me jode mucho. Pero ostia, puta, coño. Pudiendo ser un oso peludo, pudiendo ser un león con dos cojones, pudiendo ser un lince ibérico; lo que más me jode de todo, lo que más, es que el animal que llevo dentro sea este puto e histérico yorkshire.

No hay comentarios:

Publicar un comentario