I
“¿Falta muchooooo?”. No puedo más. Me duelen los
pies. Esta cuesta no se acaba nunca. Mis piernas están cosidas a arañazos
por los pinchos. Los bichos me persiguen
y me hinchan a picotazos. El sol quema mi pescuezo. Mi reino por una sombra. La
camiseta, empapada de sudor. En la cantimplora no queda ni una gota. Me muero
de sed. Mi otro reino por un trago de agua. Me han sacado un buen trecho de
ventaja. Ya podrán. Soy el más pequeño en esta Acampada. ¿Y ha de ser así todos
los días? Yo aquí no vengo más. Yo mañana no salgo. No sé qué me dicen. Me paro
para escucharles. Cri-cri-cri. Que se callen las chicharras. Es que ni un pelo
de aire sopla. Agudizo el oído. Ahora sí. Claramente, me gritan: “¡…Gordi, que te
pesa el culoooo!”.
II
El médico de Gorroperdido aprieta mi tobillo. “¿Duele
ahí?”. Yo hago un poco de teatro. AAAAAHHHHH. Luego lo gira. AAHHHH, AHHHH. Ahí
hasta consigo que me salten una lágrima. Me aplica spray milagroso. Luego busca
una media elástica. Enfunda mi pie. Silvia, la monitora que me ha traído, lo
escucha claramente. “No te veo nada… pero por si acaso, mejor no salgas a la
marcha de mañana”. Me levanto. Salgo de la clínica un poco cojitranco. Pero
después casi la cago. De la alegría que me ha dado el saber que mañana me quedo
en el campamento haciendo reposo he dado unos saltos que ni Grom, el amigo
entusiasmado de Vickie el Vikingo.
III
A Walter, el cocinero del campamento, se lo digo
claro: “prefiero mil veces pelar mil patatas que andar mil metros”. Ahí estoy yo, sentado
en una banqueta, con mi nuevo cometido, mientras todos los demás se agrupan en
torno a los monitores para salir. Griterío. Hoy recorrerán las vías abandonadas
que llegaban a Ojos Lejanos. “¿No vienes, Megagordi? ¡Qué cuento tienes!”. Nadie
quiere ser el último. Que recorran, que recorran. Qué paz y silencio dejan
según se van alejando. Este cuchillo corta el aire. Walter, que monda cuatro
mientras yo mondo una, mira lo asimétrico de mi poda patatera y me envía un
gesto. Qué quiere decir. No lo entiendo. Es cuando me pregunta: “¿No te gusta
ir de marcha para no andar o para no oír cómo se meten contigo?”. Yo, que estoy
peleando contra una gran patata, medito y resuelvo: “…no me gusta ir de marcha
para no andar y para no oír cómo se meten conmigo”. Por las dos cosas.
IV
Es que esto es un rollo. Me lamento: “¿Y por qué todos, todos los días tenemos que
salir de caminata?”. Walter, que puede mirarme y seguir pelando, todo a la vez,
se ríe: “…para eso se organizan estas Acampadas, chico”. Increíble. A mí me
dijeron que vendría a jugar y, quitando hoy, no he parado de andar desde que
llegué hace cuatro días. La eternidad era esto. “¿Y no podríamos hacer otra
cosa…?”. Walter lanza y encesta una patata de tres. “…bueno, si lloviera no
habría marcha… por una cuestión de seguridad…”. Abro la boca. Busco nubes. Encuentro
pocas. Él sigue aclarando: “…en el barracón tenemos un proyector por si acaso… arrancaríamos
el grupo electrógeno y haríamos sesión continua de cine si lloviese...”. ¡Cineeee!
Se me escapa un deseo: “Pues que caigan chuzos de punta entonces”. Ahí es cuando tiro la patata pelada por el aire. La
mía, es mi puntería, rueda por tierra fuera del canasto.
V
Las primeras eran más fáciles…por qué me ha dado
por contarlas. Treinta, treinta y una. Llevo una hora y no siento los dedos. Tengo
agujetas en mis hombros. Soy un peligro con un cuchillo en la mano. Y me duele
la espalda de estar encorvado frente al barreño. Y Walter ya no da
conversación. Mil, mil era un decir. Pido clemencia: “Walter, me retracto un
poco de lo que he dicho antes… puede que andar mil metros sea algo mejor que
pelar mil patatas”.
VI
El cielo se encapotó durante la noche. Arriba, llevo
la sudadera, y la cazadora. Pero abajo no tengo nada más que mis bermudas de
montaña. El relente se me cuela de rodilla para abajo. Esto es… brrrr… frío.
Las nubes han bajado y se mueven entre nosotros. No se ve más allá de la
primera fila de pinos. Tirito. Pero es que tiritan todos. Se escuchan toses y
voces roncas. Vamos hacia el desayuno haciendo las maracas con los vasos y
platos de aluminio. Caen los primeros goterones mojando el suelo. Corre la voz
y corren en desbandada a refugiarse bajo el tejado del barracón. ¡Llueve! En
dos minutos el suelo se llena de charcos y el agua baja buscando la ladera.
Aparece Walter con su camiseta de basket. Insensible al frío. El agua parece
que le resbala sin mojar su calva despejada. Todo son preguntas a los monitores,
y ahora qué, y ahora qué, y ahora qué, qué, qué. Caen chuzos de punta. Lo que
yo quería. Lo que yo ya sé. Walter anuncia: “Ahora, cine”.
VII
Una lona cogida con pinzas a las vigas de madera
hace de pantalla. Humanidad en el barracón. Sentados en la dura piedra. “Tarzán
de los monos”. Arqueología de principios de siglo. Rrrr….Rrrrrr…. El rollo
avanza haciendo zigzag por el proyector. De pie, Walter, controla que no se
salga de su recorrido. “¡Ancagua, Chita!”. Fuera, se multiplican los truenos.
Crujen, rompen los oídos. Nos apretujamos unos contra otros. No puede caer más agua. De repente, toc, toc, toc. Gritos:
“¡¡Una gotera!!”. Se abre un hueco. Avanza Walter con el barreño en el que
recogíamos ayer las patatas y su sombra gigante se proyecta en la pantalla. Cuic,
cuic, cuic. Walter, disimuladamente se asoma fuera para ver el efecto del
diluvio. A estas alturas, todo debe ser un inmenso lago. OOOOHHH, OOOOHHHH
OOOIOOÓ. En la Sala Barracón salen por doquier muchos imitadores al grito de
Tarzán. Pero como el mío, ninguno.
VIII
Ya no sé cómo ponerme. Van por el quinto rollo. Estoy
de elefantes, de cocodrilos y de lianas hasta el pirri. Walter ha repartido
bocatas de fiambre entre la tropa. El mío, de salami. Le pregunto si ha parado
la lluvia. “Quiá, ahora llueve más”. Respiro hondo. ¿Y si se sale el agua del
barranco, rebasa el puente y se lo lleva por delante? Nos quedamos incomunicados.
¿Y si se inunda el campamento? Busco cómo podemos subirnos al tejado. ¿Y si,
con todos arriba se hunde el tejado? Me invade la angustia, lo reconozco. Me
agobio. Ya no grito como Tarzán ni a petición popular. Si tuviera que gritar,
gritaría: “¡Odio la lluvia, que pare ya!”. Me froto mis piernas congeladas para
entrar en calor. Cierro los ojos. Pienso, pienso, pienso mucho. Que escampen
las nubes, por favor. Mejor pelar patatas que este cine. Y mejor andar que
pelar patatas. Definitivamente, mejor andar.
IX
“¿Falta muchooooo?”. No puedo más. Me duelen los
pies. Esta cuesta no se acaba nunca. Mis piernas están cosidas a arañazos
por los pinchos. Los bichos ya no
encuentran un claro en mi piel donde picarme. El sol quema mi pescuezo. Mi
reino por una sombra. La camiseta, empapada de sudor. En la cantimplora no
queda ni una gota. Me muero de sed. Mi otro reino por un trago de agua. Me han
sacado un buen trecho de ventaja. Recupero el resuello. Ya veo. Ya entiendo. Desde que volviera a salir el sol, el
que tenga mi mejor disposición para andar no significa que hoy vaya a ir el
primero, delante del todo. No todo es actitud. A lo lejos escucho otro: “Gordiii…
¡que te pesa el culooooo!”. Ahí me sale del alma: “¡Cuando te pille, VOY A
TAPAR TU BOCA-BUZÓN DE UN PATATAZO!”. Cri-cri-cri. Silencio en la distancia. “¡Ánimo
que falta muy poco!”, oigo esta vez. Redoblo el paso. No todo es actitud, pero,
releche, OOOOHHH, OOOOHHHH OOOIOOÓ, el grito de Tarzán cómo ayuda.
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