I
¡BLAAAAAM! Todas las
fichas van por el aire de un manotazo. A la porra. Ya no quiero jugar más.
“Recoge lo que has tirado, Arturito´´, me pide mi padre. “¡NO!”, le contesto
enfadado. Viene entonces el segundo aviso: “RE-CÓ-GE-LO YA”. Entonces sí, mejor
me agacho. Busco al caballo que ha ido a parar detrás de la pata de la silla. “¡…Yo,
así, no quería seguir jugando!”, protesto. Me he confundido, me he despistado,
he movido la reina para hacerle jaque, y resulta que tenía ahí su alfil
escondido. Y él no me ha dejado rectificar. Y se ha zampado mi reina. Y encima,
se ha reído de mí. Y ya se ha quedado con toda la ventaja. Y después me ha ido
matando las otras piezas poquito a poco. “Pero, papá… ¿Por qué no me has dejado
volver atrás con mi reina? ¡Te estaba ganando!”. Él se pone en pie. “Haberlo
pensado, hijo. En la vida real, las decisiones tienen sus consecuencias, y luego
nos toca ir hasta el final con ellas”. Se va. Se va y encima no me ayuda a
guardar el ajedrez. Qué morro tiene el tío. Qué morro tiene mi padre.
II
El Señor Cosme es el jefe
de mi padre en el almacén. “¿Éste es tu hijo Arturito? ¡Madre mía qué mayor y
qué guapo se ha hecho!”. Me dedica una sonrisa y un pellizquito en la mejilla.
Luego se gira hacia él y entre dientes, entiendo perfectamente que le está
riñendo: “…pero ¿cómo se te ocurre traer al niño a tu trabajo? ¿es que te crees
que esto es una guardería?”. Mi padre tartamudea para decir que hoy no tenía
con quién dejarme. Pero que soy muy bueno. Que de la mesa no me moveré. El
señor Cosme se va. Mi padre viene hacia mí. Con papeles y lápices. “Siéntate
aquí, y por favor no te muevas… que yo tengo cosas que hacer”. Me quedo solito.
Y ahora yo qué pinto. Uf, me aburro. Qué larga es la tarde cuando se hace
larga.
III
Sólo he ido a buscarlo
una vez para decirle que quería ir al baño. Y bueno, otra para preguntarle si
nos íbamos ya. Me grita bajito, que me
vuelva por favor al sitio, que enseguida nos salimos para casa. Pero lo veo todo
el rato clavando la cara a una pantalla de ordenador. Cabreado. Teclea una y
otra vez. Y nada. Maldice. Yo me acerco. “Qué quieres ahora, Arturito, qué
quieres”. “Es que tengo sed, papá”. Arrastra la silla. Se pone en pie. Va a
buscar un vaso de plástico. Mientras, me acerco a su ordenador. “Contraseña
incorrecta. Vuelva a introducir la contraseña o contacte con su administrador”.
Mmmm… Esto parece fácil. Con mis deditos tecleo cuatro números y cuatro letras.
Y le doy a entrar. Al instante, el ordenador se pone a pensar y abre sus
pantallas. Mi padre viene con el agua. Y se da cuenta. “¿Eh? ¿Cómo, cómo lo has
hecho?”. Se frota los ojos. Pues la
verdad, no lo sé. Pero ya estás dentro, ¿no? Vuelvo hacia mi sitio, donde ya no
me queda papel que rayar. Y oigo a mi padre exclamar: “¡…el enano éste de las
narices!”.
IV
Desde aquella tarde en
el almacén donde trabaja mi padre lo sé. Yo veo las claves y contraseñas de los
aparatos. Para mí, es la mar de fácil. Pines y puks. Weps de Wifis. Da lo
mismo. No sé cómo, pero lo hago. Acabo de cerrar el tebeo del Mago Merlin. Voy
solo, desde el cole, camino de casa. Me gusta la espada mágica clavada en el
yunque. Esa espada que hará rey a quien primero consiga sacarla. Las colas de los
nobles convencidos de sus posibilidades. Los estirones inútiles de los inútiles
forzudos. Ah, cómo me gusta que llegue después Arturito y con una mano, zas,
saque la espada limpiamente. Ahora estoy a la altura del Ayuntamiento de
Mediavilla. Y por lo que he oído, creo que se están dando tortas porque no se
ponen de acuerdo en quién tiene que ser el nuevo alcalde. Podrían poner un
ordenador en la puerta. Con una clave de diez dígitos. Aquel que la acertara,
sería aceptado como nuevo alcalde. Buffff… dejaría primero que sesudos
informáticos se la pegaran y se dieran por vencidos… y luego, vendría yo,
Arturito, y teclearía “**********”. Ja, ja, ja. Arturito, sí, nuevo excelentísimo
señor alcalde. Bufff, sí, yo quiero que eso suceda.
V
Mi madre se ha extrañado
al ver llegar a mi padre tan temprano. “¿Pasa algo?”, he preguntado mientras
hablaban entre ellos. Como siempre, la respuesta ha sido: “No, no pasa nada, Arturito,
no te preocupes, anda, vete a hacer los deberes”. Pero luego lo he escuchado
perfectamente. El señor Cosme cierra el almacén. Mi padre tiene los ojos rojos.
Mi madre le dice que no se preocupe. Que salimos adelante. “¡Voy a un recado!”,
he dicho. He salido hacia la calle. Directo. A la puerta del banco. Al cajero.
A la primera, daré una clave secreta y me dará dinero. El que nos haga falta.
Cuando nos haga falta. El corazón me va deprisa. Me vienen ahora a la cabeza
las palabras de mi padre… “las decisiones tienen sus consecuencias”. Y freno en
seco. Permanezco mirando la reja del banco un tiempo. A la gente que entra y
sale. Decisiones y consecuencias. Mmmm. No sé. O sí que sé. En fin, ya veré qué
hago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario