domingo, 12 de abril de 2015

La prescripción del Doctor Coba



I
Porque les he montado un cirio, que si no… me vuelvo a casa por donde he venido sin que me vea. “…es que el Dr. Coba tiene la consulta de hoy completa…”. “Pues de aquí no me voy. Vengo de Gorroperdido. He hecho adrede más de doscientos kilómetros.  Como usted comprenderá…”. Nada: ésta no me escucha, se cierra en banda. “…le puede atender otro médico”. ¿Otro? Quiá. Yo quiero al Coba, que es una eminencia en lo mío. Ahí me he plantado, frente al mostrador. Y la enfermera ésa o lo que sea, como si oyera llover. Al final me ha señalado. “Mire, pase a la consulta cinco, sin número y sin nada y, cuando le toque al último, detrás, usted”. He respirado hondo. Avanzo. Esto parece un mercado. Por el guirigay. Gente en los bancos esperando. Gente apoyada en las paredes, atenta a que se abra la puerta y les llamen por su nombre. De momento, primer obstáculo superado.  Ahora, a por el segundo, el más importante. Yo no vengo a ninguna fiesta. Yo he venido a que el Doctor Coba me vea.

II
Tres horas. Tres. No avanzaban las manecillas del reloj. Es de noche fuera. Poco a poco se ha ido despejando la sala. Me ausculto yo mismo. Me examino. Repaso lo que le tengo que decir, palabra por palabra, no sea que cuando llegue mi momento me quede en blanco. Me levanto. Doy paseítos. Tengo pis. El pis de los nerviosos. Aprovecho. Psssssss. Rápido, rápido. Más pssssss. Enjuague de manos. Salgo. Aliviado. Ya no hay nadie. Ha entrado por fin el último. Detrás, pues,  yo.

III
Conduzco absorto camino de vuelta. Parpadeo a mil por hora, para ver más claro lo que las pocas luces de mi cuatro latas dejan oscuro. Y pienso. Cosas de la medicina de ahora. Ni me ha mirado casi. Ni me ha escuchado casi. Pero inmediatamente ha hecho el diagnóstico. Muy seguro. “Tómeselo muy en serio. Usted verá”, me ha advertido. Catorce curvas me faltan para llegar a la rotonda de la entrada. Me las conozco. Y sigo pensando en lo que me ha dicho. No sé cómo voy a hacer lo que me ha pedido. Al final, me pongo trágico, me pongo en lo peor. Todos nos tenemos que morir alguna vez por lo menos.

IV
Juan Ra me para en la entrada del bar. “¿Qué tal en Mardebé? ¿Qué te ha dicho el médico?”. No entro en detalles. “…tengo que volver en unas semanas”. Luego, él a lo suyo. “…que, ahora que ha llovido, pensaba yo que si me dejas la mulilla… pues le daría una pasada a mi campito… y…”. Éste siempre se acerca a mí para lo mismo. Para pedir. Luego me la devuelve sucia, cascada y, no se molesta ni en reponerle la gasolina. Mmmm. Concedo: “Pásate por casa cuando quieras y te la llevas”. Lo que me llevo yo es una palmada en el hombro. “¡Gracias, Gañete, esta tarde voy a por ella”. Me da lo mismo su agradecimiento. Lo que me calienta la cabeza ahora es cómo narices hago yo lo que me ha pedido el médico.

V
Hace días que no veía salir humo por la chimenea de la señora Queta. Me lo imaginaba. Me he acercado con el carro lleno hasta arriba de leña de olivo. He llamado a su puerta. He esperado. Ha tardado lo suyo en abrir. Venía abrigada con un chal que le cubría la nariz y las orejas. Se le ha abierto el cielo. Efectivamente, no le quedaba ni una ramita seca para quemar. Y ella no está para salir a buscar nada. Un témpano parecía su hogar. Al crepitar del fuego, la casa entera ha recuperado el color y el calor. He enderezado mi espalda y me he frotado las manos después de dejar ordenados los troncos junto a la pared. “Gañete… eres un cielo”. Me anudo la bufanda, me quedo con el cumplido. Y al aire gélido de Gorroperdido le sigo preguntando que qué tengo que hacer para seguir lo que me ha recetado el prestigioso Doctor Coba.

VI
A la hora del telediario, me arrebujo hasta el cuello, y salgo con tres bolsas. El vidrio al cubo del vidrio. Lo orgánico a lo orgánico. Y el plástico al plástico. Me saluda Eladio. Él, a granel, todo en bloque, brooom, al contenedor. Y lo que salpica por fuera, por fuera queda. No rechisto. Allá cada uno. Pero él se justifica. “…yo ya pago mis impuestos… que lo separen ellos, cojones”. Me encojo de hombros. Luego, mirándome, añade: “…hoy haces mala cara, Gañete…”. Ufffff. Eso es que empeoro por momentos. Cualquiera ya nota lo mal que me encuentro.

VII
Aquí estoy de nuevo. Aquí me ha traído mi cuatro ele. Veinte grados aquí y sólo dos esta mañana en Gorroperdido. Y ahora, a la sala de espera del doctor Coba. Tan masificada como la otra vez. Hoy ya no soy el que va detrás del último. Pero sigo nervioso. Desde los pelos de la cocorota, pasando por el estómago,  hasta la punta del dedo gordo del pie derecho. Finalmente no he seguido sus recomendaciones. Y se lo voy a decir. Que no le he hecho caso. Saco la receta. Está arrugada. Manoseada. La desdoblo. La releo en voz baja. “Usted tiene que ser mejor persona”. Sonrío desesperado. Eso, para alguien que sea un cabronazo, es fácil. Con un poquito que cambie, mejora seguro. Eso está chupado. Pero para mí… que creo que soy buena gente, ya me dirás cómo. Sí, sí, siempre se puede ser mejor… pero llega un punto en que… Lo leo por enésima vez: “Us-ted tie-ne que ser me-jor per-so-na”. Eso me dijo. Y luego subrayó: “Tómeselo muy en serio. Usted verá”. Es mi turno. Me levanto. Allá voy. A preguntarle y eso cómo se hace.

VIII
Carraspeo. Ejem, ejem. Me sale voz de flauta. “Disculpe, pero yo tenía cita con el doctor Coba”. Me quedo ojiplático, mudo, cuando este tío, al que es la primera vez que veo en mi puñetera vida, me responde: “Yo soy el doctor Coba”.

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