domingo, 29 de marzo de 2015

El delegado


I
De repente, el silencio. Ha habido eco, eco, eco cuando por segunda vez el Mauri ha preguntado: “¿Algún voluntario para ser el delegado de la clase?”. Yo, ni he respirado. Por aguantar, he aguantado hasta la tos. Y me he quedado mirando fijamente a las cuatro anillas de mi carpeta. “Vaya… pues tendré que elegirlo yo”. Es su costumbre. Se pasea desde delante hacia detrás, dándose golpecitos con la varita en la palma de la mano. Expectación. Es que ni trago saliva. “¡Magín! Te-ha-tocado”. Me suben los colores. ¿Yoooo? ¿Por qué yo? Como a San Pedro, al delegado le toca hacerse cargo de la llave del aula. El Mauri me la deja encima de la mesa. No quiero cogerla, no. Un minuto para los resoplidos, para el murmullo, antes de meternos en la harina de la Física. De fondo, y con acompañamiento de risitas, escucho: “¡Eh, tú, delegao, pringao que eres un pringao”. Yo me cago en la madre que los ha parido a todos. A todos.

II
Es lo que tiene. El delegado es el último en salir. “¡Venga, que es para hoy!”. “Espera, Magín, espera un momento, que se me ha olvidado el bocata”. Y el delegado es el primero en entrar. Justo cuando suena la sirena, aquí estoy, rodando la llave para que todos vayan regresando perezosamente después de la media hora del patio. Es lo que tiene. Que soy un sereno. Que me buscan cuando mejor me lo estoy pasando. “¡MAGÍIIIINN! ¿Me puedes abrir la clase para coger el jersey… es que tengo frío”. Y Magín, el portero-sereno de Primero A, allá que va, arrastrándose a abrir primero y cerrar después. Hay que cumplir la norma “anti-sustracciones”. Aula cerrada a cal y canto si no hay clase. Estoy hasta el gorro.

III
Toc, toc. Es el director quien asoma. Interrumpe la clase. El Mauri le mira. “…que salga el delegado, vamos a reunirnos para hablar del nuevo salón de actos”. A estas horas, después de comer, yo estoy en la luna. En la mona de pascua. “¡El delegado!”, repite el Mauri. Eh, eh. Recibo un codazo de Lalo. “¡Magín, que eres tú!”. Me levanto atolondradamente. Tropiezo con la mochila. Risas. Sí, sí, risas, pero yo salgo. Escucho un: “...¿se va a pelar la clase? ¡Qué morrooo!”. Bueno,  ahí se quedan todos. Yo, el delegado, me voy de reuniones. Sigo al Ruano, reprimiendo un bostezo. Si llega a tardar un minuto más en venir a rescatarme, es que me pilla dormido del todo.

IV
Lo he puesto bien claro, aunque mi letra con tiza da para lo que da. “EN EL RECREO DE LAS DIEZ Y MEDIA, EXPLICACIÓN DE LA MARCHA DEL NUEVO SALÓN DE ACTOS”. Tengo taquicardia. Tengo afonía. Tengo sudores fríos. Tengo todos los males del que tiene que hablar sin haberlo hecho nunca antes. HUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. La sirena. Es mi momento. Qué veo. Salen todos en estampida. Como si tuvieran un cohete donde la espalda pierde su nombre. Como si fuera tonto el último. “¡Oid, que tengo que contaros lo del nuevo salón de actos!”.  Ni caso. Pasan. La clase vacía. Sólo se queda mi amigo Lalo mirándome con cara de pena. Es que a él ya se lo he contado treinta veces. Y una más no sé si va a poder soportarlo.

V
Toc, toc. El Ruano ha debido pensar, “ya está este pesado otra vez aquí”. Que lo piense. “…como delegado de primero A que soy… “. Hoy me he peleado para que arreglen el agua caliente de los vestuarios. Lleva así dos meses. Vale que estamos en Mardebé. Vale que tenemos un clima privilegiado. Pero aquí parece que del grifo sale agua del polo, y si no arreglan esto, el día que alguien coja una pulmonía severa… 

VI
Toc, toc. “Magín, ahora no te puedo atender, ¿puedes venir un poco más tarde?”. Ja, ja. Más tarde tampoco podrá. Me he quedado de plantón, como un poste, en la puerta. Me han visto todos los profesores que pasaban a su sala a tomar café. Me han visto los compañeros. ¿Aún ahí? Sí, y estaré lo que haga falta. Bueno, cuando falten dos minutos para la hora, me tendré que ir corriendo a abrir la clase. Pero quedan catorce minutos en mi reloj digital Casio. Hoy me peleo por Busta y Cantos, los dos compañeros que salen en la obra de teatro de fin de curso. Para que les dejen salir media hora antes de clase para poder llegar a los ensayos. Ellos lo pidieron al Mauri y él les dijo que tururú. Ahora, a mí, me van a escuchar. Voy directo a la Dirección. Toc, toc de nuevo. “¡Pero, Magín, coño…! ¿No te he dicho que vengas más tarde?”.

VII
“La comida es una mierda”. Así de claro. Qué he dicho. Qué vocabulario es ése. Todas las cabezas del claustro se han girado hacia mí bruscamente. En su momento, me traje la werlisa de casa, con los dos bombillas de flashes, y cogí las evidencias. He aprovechado mi frase contundente para dejar caer encima de la mesa de dirección, dos fotos ampliadas, en 13x18, de cómo está la bandeja de la fruta,  y de cómo está el pan de la merienda. Si se quiere ver, se adivina fruta perjudicada, y pan duro. El Ruano mira las fotos. Luego me mira a mí. El Mauri resopla. No sabe dónde meterse. Los otros delegados, por lo bajini, bajini del todo, me apoyan: “Magín tiene razón: la comida es una mierda”.


VIII
Estoy de pie. Frente al Ruano. Al lado del Mauri. Guardo silencio. Respiro fuerte. “…soy un delegado, no un chivato”. Pasan dos, tres minutos. El Ruano sin levantar la cabeza de su bloc de notas, me da permiso: “Puedes irte. Ya hablaremos de esto”. Hago mutis. Qué vacíos están los pasillos cuando están todos en clase. Toc, toc. Llamo a la puerta de Primero A. Interrumpo. Busco mi sitio. No miro a nada. No miro a nadie. Pero noto que sobre mí, se han clavado las miradas asustadas de Garci y Aparicio. Aparicio y Garci, precisamente.

IX
Carraspea el Mauri. Se azota con la varilla la palma de la mano derecha. Siempre lo hace cuando quiere comentar algo. “…en su momento, pedí voluntarios para delegado o delegada de Primero A, y en su momento no se ofreció nadie… Entonces, tuve que elegir al azar, a Magín…”. Siento sobre mí la intensidad de cincuenta ojos observándome.  Él prosigue: “… ocurre que Primero A es el único grupo en todo el colegio, de todo,  donde el delegado no ha sido elegido democráticamente…”. Hace una pausa. “…es por eso que, hoy, tres meses más tarde, con el curso en marcha, y sabiendo todos vosotros cuáles son las responsabilidades de ser delegado, os pregunto de nuevo: ¿voluntarios para delegado de Primero A?”. Murmullos. Busta, primero. Aparicio, después. Ambos levantan la mano. Yo también. Más alta y más tiesa no puedo. El Mauri reparte papelitos para que cada uno vaya escribiendo el nombre de su candidato. Con lo que llevo dedicándome, en cuerpo y alma, con lo que llevo demostrado… voy a barrer. De calle. Y esta vez no estaré ahí porque en su día me señaló un dedo.

X
Lalo me espera en el pasillo. Me he prometido morderme la lengua y no decir nada. Es mejor estar callado para no soltar sapos y culebras de los que después me pueda arrepentir. Pero no puedo reprimirme: “Lalo… ¿tú tampoco, hijo mío?”. Pone cara de circunstancias. No puedo digerir esto. No puedo. Magín, cero votos. Cero. Noto que me falta ánimo. Noto que no voy cara al aire. Noto que me falta algo. Debe de ser la llave de clase. Me había acostumbrado a tenerla, y desde hace unos minutos noto su vacío en mi bolsillo.

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