domingo, 22 de febrero de 2015

El poderoso influjo del enchufe




I

“¡EOOOOHHH! ¿HAY ALGUIENNNN?”. Para que luego digan. Que no me pueden dejar solo. Que solo soy peligroso. Y lo primero que hacen es irse todos sin avisar. Y dejarme sin nadie. Ese ruido que he escuchado desde el corral era la puerta de la casa que se cerraba. Mi madre habrá ido a algún recado. Pues bueno. Ya volverá. A ver, a ver… yo sigo con lo mío. Hoy quería cocinar algo en el paellero. Y para cocinar, ¿qué necesito?. Fuego. Y para el fuego, un poco de leña. En ese cajón hay unos listones. Los voy colocando. En forma de cono, en perfecto equilibrio, como si fuera una tienda india. Y para encender la leña, cerillas. Dónde. Ahí. En el estante. Cachis, no llego. Me subo a la silla. Ahora sí. RASSSSS. Una llamita. Ufff, cuidado que me quemo el dedo. De abajo a arriba. Ya huelo el humo, ya. Oohhh, ohhhh, ohhhh… se apaga. Claro, la leña húmeda no prende. Pienso. Qué hago. Voy hacia dentro. Con mi visión láser, inspecciono las habitaciones. A izquierda, a derecha, busco objetos de madera seca. Que no sirvan, por supuesto. Ajajá. ¡Ahí hay algo que puede servir! El bastón de la abuela. Ella no lo usa. Cuando se lo regalamos, se cabreó y dijo que no lo quería. Madera más seca que ésa, imposible. Queda un poco largo. Y como espada no me sirve. Habrá que partirlo. Misión búsqueda finalizada. ¡Espera, no! El periódico también me viene bien. Es de hoy, pero ya lo han leído… y para lo que dice…. Rellenaré la tienda siux con bolas de papel: una, dos, las que me quepan.  ¡Adelante, ahora sí que sí!. RASSSSSS. Una llamita. Ufff qué calorcito, cómo prende… qué bueno. Lo que decía, para cocinar necesito fuego, que ya lo voy teniendo. Pero para cocinar también necesitaré comida. PIIII, PIIIII, CHUCUCHUCUCHÚ… ¡Voy para la nevera!


II

Esto tiene que tener magia. Si cojo el cable, y lo meto en el enchufe, la tele va. Si no, no. Después de quitarlo y ponerlo diez veces, lo tengo comprobado. Es así. Me he ido a por una linterna. Y he enfocado dentro de esos dos agujeritos. A ver qué hay dentro. Tiene que haber algo. Es un misterio. Por mucho que enfoco, no veo nada. Arrimo el ojo, pero no me es posible ver qué es lo que hay ahí dentro. Me cruzo de brazos. Cómo lo puedo averiguar. Cómo. Voy para allá. Mis dedos directos. De momento no me caben. Si ponen en marcha la tele, ¿me dará energía a mi también? Voy a ver cómo los pongo de otra manera. MMMM. “¡NAPOLEÓONNNNN!!!!!”.  “Qué pasa mami, estoy investigando, a qué viene ese grito, me has asustado”.


III

Quiero pasar por el pasillo. Pero no quepo. Está mi padre subido a una escalera, en medio. Va a cambiar una bombilla del plafón. Yo pienso: queda la otra, porque son dos. Y él parece que no atina. Yo quiero ayudar. “Así está muy oscuro y  no te ves, papá… por qué no le das  a la luz. No te preocupes que ya le doy yo”. CLIC


IV

Si esto que ha pasado esta mañana lo contaran en un tebeo, la gente se tiraría por el suelo y se mearía de la risa viendo los dibujos. Pero aquí no se ríe nadie. Esto no tiene nada de gracia. Y yo no lo he hecho queriendo. Intento preguntar a mi padre, cómo está, porque le han tenido toda la tarde en el hospital, y acaba de llegar. No me contesta. Respira hondo, se duele del brazo escayolado. En esa corteza tan blanca y tan dura es donde le he pedido me deje escribir mi nombre con rotulador. N-A-P-O-L-E-Ó-N. Él cuenta hasta diez. Y si su mirada tuviera los poderes láser de la mía, me habría fulminado. Ahora mismo yo sería sólo un montoncito de carbonilla.


V

Las dos de la madrugada. Dicen que no, pero yo ya lo entiendo todo. Anoche, cuando ellos creían que yo dormía, lo hablaban. Por culpa de esto, mi padre no puede terminar los encargos que tenían. Y si no hay encargos no se cobra. Y si no se cobra, no se tiene dinero para pagar lo que viene. Y lo que es peor, no se tiene ni para comer. Ella lo animaba, no te preocupes, pediremos a mis padres, o sea, a los abuelos. Y él seguía triste, muy triste, otra vez ellos no, no y no me da la gana. Cuando se han asomado a mi habitación he cerrado mucho los ojos, haciéndome el dormido. Pero estoy muy despierto. Y muy preocupado. Todo lo que pasa es por  culpa mía. Aquí toca solucionar esto. Arrimando el hombro. Como sea. No sé cómo. Pienso. Pienso. Escucho los ronquidos de la habitación de al lado. Duermen. Los dos. Es mi hora. Mi momento. Me levanto. Y salgo de puntillas.


VI

Abro la puerta que desde casa da al taller. Chirria. Utilizaré toda mi magia. Me arrimo a la pared, rodeando la furgoneta. Alguien tendrá que repartir los trabajos de mi padre. ¡Aquí está el tío! ¡Aquí está Napoleón! ¡Aquí estoy yo mismo!. Busco cojines. Los subo al asiento del piloto. Me siento encima. Jo, qué volante más largo. Llaves puestas. Esto cómo va. BROOOOM. No arranca. BROOOOOM, BROOOOOM. ¡Ahora sí que sí! Traca-traca-traca, el motor sigue al ralentí. Le pido que sea silencioso, que no haga, ruido. Y que me espere en marcha. Puf, puf, cuánto humo tira el tubo de escape. Avanzo hacia dentro. Doy al interruptor y se encienden parpadeando los tubos fluorecentes. Les digo que no hagan mucha luz, que no pueden despertar a mis padres. Ahora me fijo. Hay un par de puertas y cuatro ventanas sin terminar. Paso revista a las herramientas, que están todas colgadas en la pared, en su sitio. Al martillo le pediré que pegue como sabe. Al destornillador que atornille. Al serrucho que corte. Mañana, mi padre, cuando venga, y lo vea todo acabado, alucinará. Y yo pondré cara de no saber nada de nada. Hale hop. “Martillo, golpea”. No, no se mueve. Tendré que animarlo. Lo cojo. Busco clavos. Éstos. Empiezo. POOOOM, POOOM. Éste se me ha torcido. Éste no vale. Éste no termina de clavarse. Chissssss. “¡NAPOLEÓNNNNN!”. Ufff. Me pego en el dedo. Jopeta, cómo duele. Otra vez mi nombre a voz de grito. Nunca me llaman en tono normal. Siempre, siempre me gritan. Glup. Me han pillado con el carrito del helado. Mi padre mira alrededor. Un poco de zafarrancho sí hay. Se suponía que él no tenía que aparecer tan pronto. Aquello que mira ahora es el bote de cola, que se me ha caído antes y se ha desparramado un poco. Luego, él, ha pisado por encima. “Yo sólo quería ayudar”. Lo digo casi entre pucheros. Me quedo petrificado. Cuando pensaba que, esta vez sí, esta vez me venía encima el primer guantazo de mi vida, lo que me ha venido de él, ha sido un enorme abrazo. Espachurrante. Eso será por el influjo del electrocuto del enchufe. Me pregunto qué me habría dado si en vez de este panorama, con todo a medias, mi padre hubiera entrado, según mi plan, unas horas más tarde, y se hubiera encontrado con su trabajo bien acabado.

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