domingo, 1 de febrero de 2015

El lado bueno de las personas


I
Ella me abre. “Yaya.. ¿qué hace el yayo?”. Ésta es una de esas tardes aburridas en las que me he dicho, sí, por qué no, voy a casa de mis abuelos, meriendo y paso el rato. Con el dedo índice me indica que baje el tono de voz, “…chissss… está encerrado en el despacho… nunca se las ha visto tan gordas”. “¿Síiii y por qué?”. Al fondo de la casa escucho su voz engolada. Ella me cuenta: “…le han encargado que este año sea el mantenedor en la exaltación de la Reina de las Fiestas”. Mmmm…. Qué interesante. “…y como no sabe decir que no… ahora que lo tiene encima… está que no duerme de los nervios y brama porque dice que no está inspirado”. Pego el oído a la puerta. No abro para no interrumpir. Voz en modo discurso. Enardecida. Me cautivan sus palabras. Ahora está recitando una poesía a la Reina. Resulta que es Camila. Yo la conozco. Vive en mi calle.  De repente, poooom, golpe encima de la mesa, “¡NO, NO, NO, ASÍ NO!”, folios rasgados, raassss, rassss. Él abre, yo me voy para dentro de morros, porque me estaba apoyando con todo mi peso. Él se sobresalta. “¡Renato!”. Le envío mi sonrisa desarmadora. Él resopla, aplacado. A mí me ha impresionado su “orationem interrumpunt”. Mucho. “Hablas muy bien, yayo”. Un gruñido como respuesta. No le sale como pretende. “…yo te puedo ayudar”. Contiene la carcajada. Me reafirmo: “…yo podría escribirte unas líneas”. Mano en la barbilla. Bien: Eso es que está sopesando mi propuesta. Mirada al techo. Al reloj de la pared. “…es este Sábado: quedan tres días”.  “..me sobran dos”, digo con autosuficiencia. “…de perdidos, al río”, concede. Me levanto de un salto. Escapo a todo correr. “¡Ehh…! ¿Y la merienda?”. “¡Ahora no tengo tiempo, yaya!”. Corro de vuelta hacia mi casa, a empezar a escribir algo para el discurso antes de que se me escapen un par de ideas que ya me rondan en la cabeza.

II
Observo a Camila. Sabe que la miro. No tengo más que fijarme en su lado bueno. Para realzarlo. Para destacarlo. Me cruzo con ella. La saludo, yo que hasta ahora no le había dicho nunca ni un hola, y sigo mi camino. Estos son mis mimbres:  Amor a la tierra que nos vio nacer. Belleza. Flores:  todas las de un tratado de botánica. El olor a azahar hay que mentarlo. Sueños. He repetido la asociación “sueños y deseos cumplidos” varias veces. Esfuerzo. Constancia. Pedazo de panegírico que me está saliendo. Repaso lo escrito. Diez folios. Lo recito frente al espejo. Me parezco al yayo. A mucha honra. Miro el reloj. Justo de tiempo. Cuadro las hojas. Corro, vuelo y fundo su timbre. “Pero oye,  ¿tú te has creído que estamos detrás de la puerta?”, me reprende ella. Me cuelo. Entro sin llamar. Le tiendo las hojas. Satisfecho. Con mi misión cumplida. Se pone sus gafas de ver de cerca. Espero su reacción. Lee en silencio. Espero más. Al final, me mira y exclama: “¡Jo, Renato, qué letra más mala tienes!”. 

III
Es el día. Es su momento. He mirado al cielo para pedir a las nubes una tregua, porque por la tarde ha caído la mundial. Las sillas de plástico alineadas en la plaza aún están mojadas. Estoy como una sardina, arrimado a la pared. No cabe más gente. Qué percha tiene el yayo con ese traje nuevo. Los focos se centran en él. Parece que nos va a nombrar uno por uno a todos los presentes. Desde el excelentísimo señor alcalde hasta la señora que se apoya en la farola de la esquina. Un hilillo de sudor corre por su mejilla. Uffff. “¡Silencio, coño!”, grito. Es que me da rabia que la gente parlotee, jijijí, jajajá,  sin prestar atención a lo que él dice. Ahora, ahora habla del orgullo de ser de Mediavilla. Arranca tímidos aplausos. Bien yayo, bien. Me va el corazón a mil. Como si fuera yo el que estuviera ahí, en el estrado. Ahora, ahora habla de lo mucho que nos une; y que es lo que nos distingue y nos diferencia del resto. Dicción. Sentido. Oratoria in crescendo. Suena una ovación amplificada por las paredes de la casas. Lo borda. Camila, sentada en un trono, empieza a escuchar las loas de mi yayo, con los ojos muy brillantes. Sí: Él alcanza y toca su fibra. Se transfigura. Remata y concluye. La gente se rompe las manos aclamando al mantenedor. “Éste, éste es mi yayo”, digo a mis amigotes,  reventado de orgullo. Él no ha pronunciado ni una sola palabra, ni media,  de lo que yo le preparé, pero yo, con la emoción a flor de piel, sigo repitiendo diez, cien veces, como si ellos no lo supieran ya: “éste es mi yayo”. 

XIV
…hay episodios en la vida de uno que marcan para siempre. En aquel lejano Acto de Exaltación de la Reina de Mediavilla, yo supe que me quería dedicar a esto. Así que, cuando esta tarde mi padre me ha preguntado, “hijo… ¿y tú ya sabes lo que vas a estudiar?”, yo le he contestado que sí, que quiero ver y poner de relieve el lado bueno de las personas. Que todas lo tienen. Es normal la cara que ha puesto. Se preocupa por mí. Creo que no me ha entendido aún muy bien, porque lo primero que ha preguntado es: “¿y de eso se come?”. 

XXXVI
Me han admitido en la High Adulation School. ¡¡¡¡EUREKAAAAAA!!!!!

XLVII
Ahora reconoce mi padre que no le hacía mucha gracia que me dedicara a esto. Que no lo veía. Pero que está orgullosísimo de mí. Que cuenta de mis andanzas por medio mundo. Que se me rifan. Que tengo listas de espera. Que un montón de gente quiere y necesita  que les destaque su lado bueno. Hoy, que he vuelto a casa para hacer un alto en el camino y tomar aliento por un par de días, me he emocionado con el recibimiento. ¡Me están cebando! ¡La de siglos que hace que no comía así! Después del café nos hemos sentado frente a la tele, él y yo. La siesta me llamaba a gritos. Cuando el sopor me invadía, mi padre, entonces, me ha tocado el brazo y me ha dicho: “Oye, Renato… de nosotros, de tu madre y de mí, nunca dices nada… ¿es que no nos ves ningún lado bueno?”. 

LVIII
Nunca me había pasado en toda mi trayectoria profesional. Hasta hoy. Lo he estudiado a conciencia. A fondo. Es verdad que Gary Chichone me paga muy bien por el informe. Pero ni en su pasado. Ni en su presente. Ni en su entorno cercano. Ni siquiera en el lejano. No he encontrado nada. No hay vestigios. Me ha citado hoy para que le dé las conclusiones. Ahora cuando entre le diré que le devolveré lo  que me adelantó, porque, en él, no he advertido nada que valga la pena. 

LIX
En lugar de montar en cólera porque no he sido capaz de destacar en él un atisbo positivo, Chichone ha sonreído cínicamente. Encima eso, se jacta de ser un capullo integral. “…oye, Renato… ¿y no has pensado en dar un giro a tu profesión y dedicarte a encontrar y destacar el lado malo de la gente?”. La propuesta me ha pillado a contrapié. “…yo te pagaría mucho más de lo que puedes estar ganando por un peloteo de los que ahora haces si lo cambiaras por una crítica borde, a mala leche, hacia quien yo te dijera…”. Trago saliva. Lo doy por no oído. Como soy educado, me despido de Gary Chichone, y salgo a toda prisa por donde he venido. 

LXX
Athina me ha escuchado. He empezado con parabienes porque es como es. Me he enorgullecido de, en estos años, conocerla bien. Cuánta bondad. Cuánta generosidad. Cuánta belleza. Me he ido acelerando. Porque estamos los dos solos, si no, lo gritaría a los cuatro vientos. Se ruboriza. “…mejor déjalo en un susurro”. Sólo verdades salen de mi boca. Ella contiene ahora la respiración. Acabo de pedirle que salga conmigo. Me puede la emoción. Espero su respuesta. Sé que sí… que siente… Me mira. “…Renato… con la experiencia que tú tienes, echando flores a todo el mundo a todas horas, lo que me acabas de decir, eso, eso… se lo dices a todos”. Jarro de agua fría. Athina se levanta. Se va. Me deja. Nos quedamos ambos, lo sé, inundados por una infinita pena. 

LXXXI
Ploooom. Abro la puerta de un empujón. Entro sin llamar. Chichone se sorprende al verme. Lo disimula, pero lo disimula mal. “¿Cuándo empiezo?”, le pregunto. A bocajarro. Tiene la sonrisa torcida. “Cuando quieras”. “Ya entonces”. Salgo de ahí como una exhalación. Sí. Me he pasado al lado oscuro. Y a la “fuerza”, que le den. 

XCII
Las críticas que más escuecen, lo sé, son las que provienen de alguien que te importa o te ha importado. Llevan veneno. Me muestro implacable. Ya domino los adjetivos despectivos como nadie. Soy un generador de odios y resentimiento. Y qué. Me da igual. Sólo digo verdades. Y las pregono. El mismo Chichone fue blanco de mis dardos. Lo puse a caldo, lo envié a pastar y lo hundí en su miseria. Luego me fui con otro que me paga aún más. Cruzo la calle para no toparme con ella de cara. Athina hace lo mismo. Tengo, tendré que parar. Saludar. No hay sonrisa. “Renato… ¿qué ha sido de tu lado bueno?”. Bajo la cabeza. No respondo al reproche. Antes de seguir su camino y yo el mío, añade: “¡…estás amargado!”. La sigo con la mirada cargada de nostalgia. Ustedes, lectores de mi relato, cuiden mucho sus comentarios hacia mí. Se arriesgan a que yo les tome la matrícula y les haga blanco de mis próximas críticas de mierda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario