domingo, 16 de noviembre de 2014

El trepa


I
Pensaba que me escapaba. Que en esta clase de Educación Física, después de los estiramientos, después de dar quince vueltas al campo de fútbol trotando y dejarnos sin aliento, don Gervasio, el de gimnasia, ya nos mandaba directos a la ducha. Pero quiá. Acaba de señalar a la cuerda y a mí me han entrado todos los males. Desde retortijones hasta calambres. Guido me pregunta, “¿…pero qué te pasa, Gabino?, ¡estás pálido!”.  Me rehago, saco pecho, no quiero que se me note nada. De uno en uno, en fila, van cogiéndose, aupp, auppp, se izan con los brazos, amarran con los pies, y suben, suben. Parece fácil. Me fijo. Es cuestión de maña. Jopeta, hasta Lucila se encarama, la cuerda se tensa que parece que se vaya a romper con su inmensidad, pero no, ella acaba subiendo hasta arriba como si lo suyo fuera un saco de plumas de avestruz y no de patatas. “¡Siguiente!”. Yo cedo la vez, gustoso, me quedo rezagado. Silbo. Miro al suelo. Me hago el despistado. Digo que me duele el brazo. Es su turno. Guido sube a pulso. Con las piernas colgando. Como si fuera de trapo. Un, dos, un, dos. Ya está cuatro metros arriba. Si se lo pidieran, se quedaría ahí sentado, como un trapecista. O colgado de los pies, como un murciélago. Oooohhhh. Luego, pis, pas, pis, pas, baja. Don Gervasio va poniendo notas. Diez para Guido. Siete para Lucila. Para Sebas un tres, porque se ha quedado a mitad de camino, balanceándose a un lado y a otro, rojo como un tomate, sin subir ni bajar. Me voy escurriendo. Miro hacia otro lado. “¡Gabinooo! Te toca”. ¿A mí? Me hago el despistado. No me he podido escaquear. Imploro clemencia. Se me sale el corazón del sitio. Me enfrento a la cuerda. La agarro fuerte, tan fuerte que parece que la voy a estrangular. AUPPPPPPPPP. Cierro los ojos. Aprieto los dientes. AUPPPPPPP. Tenso los brazos. Escucho a alguien decir que me pesa el culo. Cuando lo coja luego, me lo cargo. AUPPPPP. Abro los ojos, a ver cuánto he subido. Treinta milímetros si llega. “Vale ya”, concede don Gervasio. Veo cómo con su pluma traza en mi casilla un cero perfecto, simétrico. Los demás corren ya hacia los vestuarios. Me duelen los bíceps. Me duele la moral. Subir allá arriba, para mí, desde ahora, es una cuestión de honor. 

II
Primera condición: Ser más liviano, quitarme lastre de encima. Volatilizar estos michelines que rodean mi cintura. Ahora se me va la mano hacia la cucharilla, como si tuviera vida propia. La freno con un esfuerzo titánico. Salivo un poco viendo la tarta ahí, a mi alcance. Cierro los ojos para no verla, pero da lo mismo, porque la sigo imaginando entera, con todos sus detalles. Respiro hondo. Me levanto, me preguntan si me pasa algo, y muy ceremoniosamente, le pido a mi madre: “Mami, aparta de mí este postre”. 

III
Segunda condición para poder izarme: Hacerme fuerte. Encerrado en mi habitación, cojo la caja de seis tetrabricks de leche, sí,  la que he escondido debajo de la cama y la levanto alternativamente, ahora con el brazo derecho, ahora con el izquierdo. Hasta que pierdo la cuenta. Hasta que me duelen los dedos, la mano, el brazo e incluso el espinazo. Enseguida me afano en comprobar el resultado. A ver cuánta bola más tengo en mis bíceps. Empiezo a hacerme de hierro, empiezo a dejar de ser de mantequilla.
 
IV
El movimiento se demuestra andando, es decir, subiendo. Ventajas de vivir en un piso antiguo con un techo tan alto. Esa lámpara la puso mi abuelo ahí arriba y lleva tal cual los años que yo tengo. Unos cuantos. Y, siendo maciza como es, debe pesar lo suyo. Enciendo sus ocho bombillas. Nunca ha estado tan iluminada mi habitación. Enre otras cosas, porque si entra mi padre, me va arrear una buena y me va a decir que la próxima factura de la luz me la va a descontar de la paga. Subo a la escalera de los cinco peldaños hasta el tercero. Miro abajo. Uffff, qué alto. Miro abajo más. Ufff si ahora me caigo desde aquí… Me entra un mareo, un totus revolutum en mi cabeza... me da todo vueltas. Vueltas y vueltas. Bajo los tres peldaños de un tirón. Me dejo caer en la cama. Aborto la operación cuelgue de cuerda. Y me cago en todo, porque eso: encima, para colmo, acabo de descubrir que yo tengo vértigo. 

V
“Que no se diga, Gabino. También le tenías miedo al agua, y ahora eres un cachalote. Con el aire te tiene que pasar lo mismo”. Me animo a mí mismo. El secreto, uno de tantos, está en no mirar abajo. Hale hop. Ya está. Cuerda atada en la lámpara. Bajo la escalera. La arrimo a la pared. Ahora a comprobar que mi recién estrenada musculatura y mis cinco kilos de menos sirven para poder trepar por la cuerda. La tenso. Estiro. Aguantan. Canto para levantarme la moral, que tampoco sabe subir. Me sale, no sé por qué, “…un elefante, se balanceaba, sobre la tela de una araña…”. Polvos de talco para mis manos. Abro, cierro. Abro, cierro. Cuento tres. Me cojo. Me suspendo en el aire. Aoooooopppppp. Con todas mis fuerza. Con todas mis ganas. Me balanceo. Me sale ahora el grito de Tarzán. Oooooohhhhhh, Oooooohhhhh, o-o-oó. Impresionante. Lucha titánica contra la fuerza de la gravedad. Venga, un impulso más. Estoy en eso, cuando, no me da tiempo, algo cruje. Algo cede. Algo hace CATACRACRÁS, CRAS, CRAS. El chichón con el brazo de la lámpara es lo de menos. Me sacudo el polvo de la escayola que perla mi frente y me digo: “Mi madre hace ya tiempo que había dicho que la talla ésta se había quedado muy anticuada”.

VI
Sin técnica no somos nada. Aún iríamos con el taparrabos huyendo de las fieras. Tras las clases, he reclutado a Guido. Le sujeto la mochila. Ahí estamos. Frente a la cuerda de la discordia. “Enséñame cómo lo haces”. “Muy fácil”. Plas, plas, plas. Sin pestañear. Ya está arriba. “Espera, espera, que no me ha dado tiempo, ¿cómo has subido?”. Trato de fijarme en su posición, en el impulso, en… Este tío es de goma. Baja, sube, baja, sube. Baja y… me manda a freír espárragos, porque lo que está bien está bien.

VII
Miro fijamente a la cuerda. Con respeto. Con odio, lo reconozco. Doy vueltas alrededor. La pillaré desprevenida en algún momento y… Me cargo de rabia, de ira. Por qué no voy a poder. POR QUÉ. POR QUÉEEEEEEEEE. Me abalanzo sobre ella. AAAAAAAAHHHHHHH. Grito de guerra. Aup. Aup. Voy subiendo. Voy ganando altura. He aprendido que no tengo que mirar abajo. Aup. Aup. El corazón me empuja. No me va a parar a mí una puñetera cuerda. Me siento fuerte. Me falta un poco, un poco… AUP, AUPPPPP. Toco el travesaño. Toco la viga con mi mano izquierda. Intento subir un poco más, porque ya puestos, si puedo, la beso, a la viga. Se me empañan los ojos de la emoción, de la proeza. Sabía que lo conseguiría, que soy capaz. Inicio el aterrizaje. Houston, Houston, aquí la base espacial preparando el regreso al planeta tierra. Cuando me falta medio metro, auppp, un salto acrobático y al suelo. Me sacudo las manos. Satisfecho. Eureka. Miro alrededor. El colegio está vacío. Ni un alma. Grito: “¡Coñoooo! ¿ES QUE NO ME HA VISTO NADIEEEEEEEEEE?”. 

VIII
Falta poco para y media. Se está acabando la clase de Educación Física y don Gervasio no da muestras de señalar la cuerda. Me inquieto. Éste es capaz de enviarnos directamente a las duchas. En esto, suena su silbato. PIIIIIII: “¡Todo el mundo a la cuerda!”. Bien, bravo: Mi momento. Me concentro. Me pongo el primero de la fila. Lo vivo todo a cámara lenta. Los voy a dejar boquiabiertos. Ojipláticos. Maravillados. Por detrás, escucho, “chisss, chisss, que viene el trepa, que viene el trepa”. Más son ellos. Les mando, a cámara lenta, a cagar con una mirada de desprecio. Cierro y abro las manos. Las cierro y las abro. Noto la ausencia de mis michelines. La tensión de mis bíceps. Respiro hondo. Me cojo a la cuerda. Cierro los ojos para ahuyentar el vértigo. Aup, aup. (….). Ahora los cierro más fuerte para intentar que no se escapen las lágrimas. “Venga, Gabino, déjalo ya”. Don Gervasio me pone la mano en el hombro intentando animarme. No me explico por qué el otro día sí y hoy no. Y tampoco me explico por qué el otro día no escuché nada de nada, y hoy, según tiraba más y más fuerte, me llegaba un nítido y lejano voltear de campanas celestiales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario