domingo, 24 de agosto de 2014

El túnel de la alegría

 
I
Fortu se lleva la mano a la frente. “¿Te duele?”, se interesa Hermi. Con la otra, señala hacia arriba. A las antenas. “Es por eso. Está demostrado… tiene una influencia total”. Se ha puesto rojo por momentos. “Eres un tío muy sensible”, le digo. “Mejor no venimos por esta avenida más”, sentencia. “Pero si no vamos por aquí, el rodeo que damos es bestial”. “Y qué, Rai”, salta Hermi, “lo agradecerán nuestras cabezas…”. Bueno, me callo. Suenan fuerte nuestras chanclas camino de la piscina municipal. A los cien metros, Fortu sonríe. “¿Veis? Ya se me ha pasado”. No sé yo: sus mejillas siguen tan gambas como antes.  
 
II
“¿Te has fijado, enano? En todos los grupitos de amigos suele haber uno que es más listo, uno que es más lanzado y otro que dice que sí a todo”. Eso lo acaba de decir mi hermano Waldo cortándome el paso hacia la cocina. Rumio su observación. “¿En el mío también?”. “En el tuyo más”. Le empujo para poder pasar. Él qué sabrá. “Según eso… el listo entonces…”. Creo que me va a señalar a mí. “… Fortu es vuestro listo, vuestro sabio, vuestro líder: eso es evidente”. Anda ya. Envidia cochina. Se carcajea. Que le den. No quiero saber qué papel entonces me asigna a mí.
 
III
Por qué tendría mi hermano que haberme dicho eso. No hago más que darle vueltas. Y yo quién soy. Ahora, Fortu nos acaba de desafiar. “A que no os atrevéis a tiraros del trampolín de los tres metros”. Hermi y yo nos hemos levantado. Él se ha quedado mirándonos sentado en la toalla. Subo clavándome los peldaños en los pies. Hermi viene detrás respirando en mi cogote. Uffff. Qué vértigo. Qué alto se ve todo desde aquí. Qué fría tiene que estar. Qué…. uno, dos, tres: CHOOOOFFF. Ufff, qué leche me acabo de pegar.
 
IV
Cuando maquina algo, se le nota. Pero también se hace de rogar. Le tenemos que pedir un montón de veces que nos lo cuente. “Venga, Fortu… venga, por favor, suéltalo ya, dispara”. Y él, acaba disparando. Envuelto en misterio. “¿Os acordáis del otro día con las antenas?”. Mis pies no lo olvidan. Andamos un kilómetro más cada tarde desde entonces. “…pues bien: lo mismo que existen esas influencias que son claramente negativas… existen también ondas positivas”. Nos arrimamos más para escucharlo. Rotundo: “…descarado que existen”. Tuerzo mi gesto. Decepcionado. Ah. Era eso.
 
V
Insiste en su teoría. La machaca. De repente, Fortu nos reprende: “¿No me creéis? Pues que sepáis que las grandes guerras que tienen que venir no van a ser ni por el petróleo ni por esas mandangas energéticas… van a ser por el control de las zonas donde pululan las ondas positivas”. Hermi le pregunta entonces: “…pero, ¿es que tú tienes idea de dónde están?”. “Estoy en ello”, responde misteriosamente.
 
VI
“Oye, Fortu… ¿Y tú cómo sabes de todo esto?”. Se ofende. “Qué pasa, Rai… ¿no me crees?”. Reculo. Me retracto. “No, no es eso”. “Leo. Leo mucho… Y esto me lo cuenta gente muy experta en la materia”. Me callo. Hermi me taladra indignado. Por dudar. Vale, vale. Me disculpo. Yo no conozco a gente que sepa tanto ni de eso ni de nada. El único es mi hermano Waldo y lo que hace es meterme cizaña a la primera que puede. Jopeta. Tengo ganas de pillar yo un túnel de estos de ondas positivas para ponerme a tono.
 
VII
Ya lo decía yo. Que en el momento desplegáramos ese mapa, que es como una sábana, no iba a haber manera de volverlo a doblar igual. Qué pedazo de mundo. Con un rotulador azul están señalados los túneles positivos conocidos hasta la fecha. Uaauuu. Un “ooohhh” grande y admirativo. “Cada uno, es positivo en una cosa”, aclara Fortu, “hay túneles que despejan la memoria, los hay que dan fuerza, los hay que dan sabiduría…”. De repente, levanta el dedo. Y advierte: “Ojo: Esto es TOP SECRET. De aquí, de entre nosotros, no puede salir”. No, no, claro que no va a salir. Sellados quedan mis labios aunque me muera de ganas por contarlo.
 
VIII
También es mala pata. No tener un túnel positivo al lado de casa. El que más cerca nos pilla está a trescientos kilómetros. En Gorroperdido. Hace falta tomar un tren a Mardebé. Y luego subirse un autobús que sale a las nueve de la estación. Ya lo he mirado. “Oye, ¿Y ese túnel de Gorroperdido qué positividad hace?”.  “Nos hace más alegres”. Mola. “Pasaré, pasaré por lo menos dos mil veces”. “No seas bruto”, me aplaca Fortu, “…si acabas sonriendo las veinticuatro horas del día van a creer que estás fumao”.
 
IX
Vale una pasta. Ponemos un fondo común. Pero nos falta todavía un montón. Calculamos que necesitamos un día para llegar. Otro para encontrar el túnel de la alegría. Y pasar unas cuantas veces. Y otro para volver. Todo eso sin decir nada en casa. Por qué. Porque barruntamos que si lo explicamos no nos van a creer y no nos dejarán ir. Somos muy pequeños. De momento, el problema gordo es financiero. No tenemos ni para un billete.
 
X
Mi tía Tana no se explica mi reciente voracidad. “No abuses, te van a sentar mal, Rai… y luego los vas a odiar”. Me ha preparado otra docena de muffins de chocolate y zanahoria. Yo, los escondo de las garras de mi hermano Waldo y hago como que me los como. Mmmm… ¡Deliciosos, tía Tana! Pero en realidad me pongo con una bandeja en la puerta de clase a la hora del recreo y quien quiera un muffin espectacular, que pase por caja. Un euro. Me los quitan de las manos. Lo mismo es que los pongo baratos. Ya le he dicho a mi tía que quiero dos docenas más. Que son mi dieta. Que están de muerte. 
 
XI
Fortu, Hermi y yo hacemos recuento. Quien más ha recaudado con diferencia es el menda lerenda. Hay quien me ha pagado en céntimos, pero la calderilla también es dinero contante y sonante. Ya casi llegamos. Fortu ahora no está muy convencido del día X. “…se preveen tormentas”. Y qué. ¿Acaso se paran las ondas alegres cuando llueve?
 
XII
Chissss. Las cinco. Sigiloso como nadie, me levanto. Sin hacer ruido. Tengo la ropa preparada. Chissss he dicho. Ni desayuno siquiera. Cuando voy por el pasillo, ¡¡¡¡AAAAAHHHHHHH!!!!, un grito rompe la madrugada. Es Waldo. “Pero… ¿Dónde vas a estas horas, enano?”. “Donde no te importa”. Le sorprende mi respuesta. Le amenazo con la mano. “…y si dices algo, te caneo”. Lo dejo cortado. Ya me verá a la vuelta. Más contento. Más feliz. Más alegre. Jo, con él al lado, qué difícil es eso.
 
XIII
Las seis y aquí no aparece nadie. Me ajusto la mochila. Como no vengan ya, no llegamos al tren. Miro hacia la ventana de Fortu. Las pulsaciones me van a mil. Qué hago. Me encaramo al canalón. Escalo. Con cuidado. Si se me va el pie, no lo cuento. Si me ve alguien, tampoco. Me aúpo. Arggggg. Doy dos golpes secos con los nudillos al doble acristalamiento. POOOOM, POOOOM. Espero. Se abre la ventana. Es Fortu. Con el pelo alborotado y los ojos hinchados. “Chissssss… ¿tú estás loco o qué?”. “¡Tío, espabila, vamos a perder el tren!”.  Fortu grita en voz baja, lo cual es una contradicción en sí misma. “Oye, Rai… No va a haber tren… no va a haber Gorroperdido… no hay ningún túnel de alegría… ME LO INVENTÉ TODO y llegamos demasiado lejos”. Al pronto me entra flojera, pero reacciono rápido, porque estoy agarrado a la repisa del entresuelo y si no me agarro bien, me voy hacia abajo. “¿Y Hermi?”. “Ya le llamé para que no viniera… También te llamé a ti pero no me cogiste el móvil…”. Le miro con desprecio. Bajo por donde he subido. Pero la fuerza de la gravedad me acelera. Un rascón en la mano. Otro en la espinilla. No es nada. Me sacudo. A lo lejos  oigo el silbido del tren. Me pongo a correr. Ahora sí. Ahora queda claro que en este grupito de amigos, el listo no era tan listo. El que dice que sí a todo era Hermi, que no ha venido. Y por eliminación, es un alivio, ya se sabe quién era el lanzado. Sólo por eso, jopeta… ¡qué contento pienso estar a la vuelta!

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