domingo, 13 de abril de 2014

Aquí no traigas a nadie

 
I
“Ni se te ocurra traer a nadie a casa, ¿me oyes?”. Él ha levantado la voz, con tono de amenaza. ”¿Tú me estás oyendo?”.  Hermes se queda blanco como la pared. “Que sí, papá, que sí te oigo, que ya me lo has dicho treinta veces, que no te preocupes”. “Yo sí sé por qué te lo digo”. Ella se acerca. “Nene, en la nevera te he dejado separada en dos cazuelas la carne con tomate. Una para cenar hoy, la otra para comer mañana”. “Vale, mamá, vale”. Despedida en el recibidor de la casa. “Nosotros, antes de las nueve, estaremos ya aquí… a tu padre no le gusta conducir de noche”. “Vámonos ya, cari, que aún se nos hará tarde”. Besos. “Hasta mañana, estudia mucho”. Besos. “Hasta mañana, pasáoslo bien”. La puerta se cierra. Hermes se dirige al comedor. Se asoma tras la cortina. Los ve allá abajo, en la calle. Él acaba de cerrar el portón tras encajar la maleta. Suben. Cinturón. Espejo. Intermitente. Ya hay otro coche esperando para aprovechar el hueco que dejan. Salen. Sin parpadear, Hermes espera a que desaparezcan tras el semáforo engullidos por el tráfico. Y se muerde las uñas. Ya se han ido. Cierra los ojos. Respira hondo, muy hondo. Ya está solo.
II
La llave no entra bien. “Pero qué torpe, anda, déjame a mí”, pide Dani. Risas en el rellano. “Tío ya era hora de que te enrollaras un poco… porque siempre somos los demás los que ponemos las casas”, suelta Carmina. Por fin, la cerradura gira y la puerta se abre. Dentro está oscuro. Huele a cerrado. Hermes y Dani cargan con las bolsas del súper hacia dentro. “Uaauuuu, ¿aquí vives? ¡…Impresionante!”, grita Casilda cuando, tras palpar la pared, da con el interruptor, se hace la luz y se ven los cuatro reflejados en el enorme espejo que tienen delante. “¡Qué nivel, Maribel!”, exclama Carmina boquiabierta. “¿Dónde descargamos esto?”. “Mmm… mejor en la cocina”. “Vaya laberinto ¿Se va por ahí?”. “Cagüen, Hermes, esto no es una cocina… esto es un campo de fútbol… y pedazo de nevera que tenéis aquí… americana, inoxidable, de dos puertas…”. “¡…toma, toma, pero si aquí dentro sólo hay cervezas…! ¡Anda y son Coronitas! Ahora mismo me abro una…”. Hermes se interpone: “Hey, Dani, no, que nosotros ya traemos la bebida…”. “Venga, nano… tus padres no lo va a notar, va,  saca un abridor, una tú y otra yo y ellas… ellas si quieren también... hey chicas, ¿dónde estáis?”. Desde el fondo se escucha a Casilda: “Curioseando la casaaaaaa”.
III
Es la cuarta o la quinta vez. Hermes, disimuladamente, ha vuelto a coger el mando y le ha dado al “menos” en el volumen. Ahora suena “La historia interminable” en versión maxi. Del quince pasa al diez. Se justifica: “…es que está muy alta la voz, así no podemos ni hablar”. Le ponen caras. “Tampoco lo bajes tanto, que si no, no se oye”. “¡CINCO!”, Carmina grita “yuju” y agita el puño de forma triunfal, “…uno, dos, tres, cuatro y cinco: Quesito rosa”. Dani le da la vuelta a la tarjeta del Trivial. “Hermes, hoy no estás concentrado: éstas nos ganan otra vez”.
IV
Sí. Otro vaso se ha volcado y ha tirado lo que quedaba de cerveza por encima del tapizado del sofá hasta el parquet. El suelo está un poco pegajoso. “…siempre eres tú quien lo vuelca todo, pero hoy estaba claro que me tocaba a mí”, se justifica Carmina exhibiendo sonrisa y encogiéndose de hombros. Hermes tiene las orejas encendidas. Rojas como tomates. Se afana en limpiarlo. Desde detrás lo animan. “Hermes, no te preocupes más: no se nota nada de nada de nada”.
V
 Hermes cierra la puerta del baño tras de sí. Pulsaciones a dos mil. Mira el reloj. Las doce. Pone cara de: “no pasa el tiempo en esta casa esta noche”. Abre el grifo. Salpica. Le tiemblan las manos cuando se las lava. Se seca. Se desabrocha el cinturón. Se baja la cremallera. Levanta la tapa. Ve un charquito. Se le desorbitan los ojos mientras murmura entre dientes: “¿…Por qué éste sólo tiene puntería cuando está en su propia casa?”.
VI
Carmina y Dani se han dormido hechos un ovillo en el sofá. Están sopas. Casilda y Hermes están sentados en la mesa de cristal… plagadita de huellas dactilares y de círculos con el contorno del fondo de los vasos. Se miran con intensidad. Hablan entre susurros. “Me imaginaba que tendríais alguna foto tuya de pequeño, ahí, en la vitrina… es lo típico”. Él se encoge de hombros. “Es que nosotros no somos típicos”. “Hermes… estás muy tenso hoy”. Él lo reconoce, asiente. “…eso… es porque tú no has dicho a tus padres que hoy vendríamos aquí, ¿no?”. Él baja los ojos. Eso es un “efectivamente”. Ella suspira. “Hermes, Hermes… “. Él se muerde los labios. Ella le tiende la mano. Y le hace un gesto. “Vamos a tu habitación”. A él le da un pasmo. Ella se ríe. “Tonto, era una broma”. Él ya no vuelve en sí, con tres tonos más de rojo en sus mejillas. Las manos, eso sí, se quedan trenzadas.
VII
Hermes parece el cuco de un reloj. Va cantando las horas. Con angustia. La una. Cucú. La una y media. Cucucú. Las dos. Cucú, cucuuuuuú. Con un “…venga, ya está bien lo que bien está, vámonos ya”. Pero Dani y Carmina ahí siguen, enroscados. Dani no ronca, sólo respira fuerte. No se mueven. Hermes se asombra del volumen de Coronita que le ha cabido dentro a Dani. Las dos y media. Hay que levantar la sesión. Se levanta. Se estira. Se despereza. Es cuando escucha un ruido. Alguien hurga en la cerradura. La puerta de la calle se abre. Todo pasa en un segundo, pero parece que pasa en una eternidad. A Hermes se le escapa un “la he cagado”. Casilda se pone detrás de él, si son tus padres, contigo hasta el final. Hermes sale hacia el recibidor. Temblando. Temblando. Temblando. Casilda no entiende lo que pasa cuando le escucha decir a Hermes: “Señor Tomé, señora Tomé… no se asusten… que soy yo, el hijo de Hermenegildo…. Les pido disculpas por las molestias, por el susto. No hemos tocado nada, se lo aseguro, sólo buscábamos un sitio donde estar sin hacer nada malo. Pero por favor, no llamen a nadie, por favor, no… y a mis padres tampoco… Disculpen, perdonen… Nosotros nos vamos, nos vamos ya de…  su casa”.

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